El listado de cosas singulares que distinguen a Portugal ocuparía mucho espacio para no caer en la discriminación entre unos alicientes u otros. Pero el ordenador no se resiste a mencionar toallas, sábanas, pasteles de Belém, cerámica de Lisboa, y aquí ya debe entrar un etcétera a ritmo de fado.
Los portugueses, como casi todos los países europeos, tienen, tenemos, un problema, o muchos, con los alquileres. Lugares no donde se ve con buenos ojos la fórmula del alquiler, el alquiler para jóvenes, el alquiler como inversión, el alquiler como un seguro de pensión, la falta de viviendas para alquiler, el alquiler social. Después de repetirlo tantas veces, tengo la sensación de que el mundo del alquiler es un universo cuyas constelaciones apenas si empiezan a brillar.
Los portugueses han puesto en marcha el Derecho Real de Vivienda Duradera. Suena bien y es posible que aporte soluciones porque está en periodo de prueba.
Se deposita una fianza con un porcentaje que fluctúa según el valor de la vivienda, el alquiler es más económico y nunca puede ser rescindido por el propietario, pero si por el arrendatario. La Administración ejerce un cierto y limitado control; se perfilan los riesgos desde el primer momento y si la experiencia sale bien, mucho nos tememos que el alquiler vitalicio pronto saltará fronteras, ejercicio sencillo porque ya no existen en la Península.
El sector inmobiliario y los bancos del país vecino no han ejercitado el derecho a la protesta con altavoces. Permanecen pendientes y con cautela, del desarrollo de los acontecimientos. Y ojalá que sea una solución exportable.
Por estos lares se impone una mesa de diálogo inmobiliario que aporte tranquilidad, horizonte despejado y cuantos menos descontentos, mejor.
Portugal y Navarra pueden aportar buenos vinos para brindar si se hace la luz como, imagino, brindan todos los expresidentes al final de cada mes, y así, de por vida.