Y tenía unas orejas grandes como esas paelleras enormes que captan señales de televisión y que ponen, a veces, en serio peligro la estabilidad de los tejados.
He visto volar un bulo y no será el primero porque sobre el mundo inmobiliario vendrán muchos.
En tiempos convulsos los bulos siempre encuentran campo de aterrizaje. Algunos son interesados porque el mercado dibuja trampantojos y ocasión que no se aprovecha se esconde en la madriguera, otros no resisten la más mínima prueba de simple lógica y otros, los bulos góticos, son aquellos que añaden una ménsula cada vez que cambian de escenario.
He visto volar un bulo con forma de burbuja inmobiliaria, de porcentaje de rentabilidad que griparían las calculadoras, y siempre, siempre, teniendo información de primera mano, fiable, fuentes tan solventes que convertirían a la Fontana de Trevi en un bebedero de patos, bulos capaces de hacer sobre nuestras cabezas, el looping más atrevido que jamás ofreció una montaña rusa o nunca visto en una demostración aérea de acrobacias.
Las viviendas suben y bajan de precio según la rama sobre la que se pose el bulo, es el minuto de vender en un reloj analógico hasta que uno digital asegure al instante siguiente que hay que comprar.
Pocas veces como en nuestros días el sentido común aconseja buscar el consejo de un experto porque es el único que sabe que bulo que vuela, solo es objetivo de cazuela.
Todos los sectores, y el inmobiliario no se iba a escapar, están viviendo momentos convulsos, de incertidumbre, para dar pasos cortos, para dejar los equilibrios para la pista del circo. Por esa razón y por otras muchas, que serían largas de enumerar, debemos conocer de qué nido salió el bulo que vemos volar, linaje de los progenitores, pedigrí de sus raíces profesionales e intereses que le convierten en un simple señuelo, alas de plomo y caída en barrena sin paracaídas.
Hay personas que se aburren y antes que admitir que la papiroflexia no es para eso, hacen bulos de papel y los lanzan a volar.
El tema es tan antiguo que, para darle una mano de barniz modernista, a los bulos les llaman ahora “fake news”. Pero el aroma a falso sigue siendo el mismo