Eliminar el impuesto al sol ya fue un paso. Un luminoso paso adelante en aras de abaratar la energía que consumimos en nuestros hogares.
En el apartado de la electricidad los caminos se mezclan, el puzle es enorme, cuando uno profundiza empiezan a surgir los chispazos, pero parece que el futuro empieza a despejarse. No cantemos victoria todavía pero ya tenemos un Real Decreto donde “enchufar” nuestra esperanza. En breve (no me enseñen calendario, por favor) podremos ser productores de energía sin necesidad de ser una gran empresa distribuidora.
Con modestia, incluso con la humildad que no hemos notado hasta ahora por parte de instituciones y empresas, podremos hablar de tú a tú con el astro rey, nosotros y nuestra comunidad, y las comunidades vecinas porque tampoco se trata de inundar el paisaje con placas de distinto diseño y tamaño. La contaminación visual es un factor que hay que evitar a toda costa, o mejor, a todo tejado.
No inventaremos nada, Europa nos lleva algo de ventaja, pero cubriremos nuestras necesidades e incluso compensaremos aquella energía que no necesitemos con próximos consumos.
Llega el tiempo de los cálculos, de medir inversiones, de pactos vecinales entre comunidades, de plazos de amortización. De utilizar el sol para algo más que para ponernos morenos, de no crear un puesto de vigía al lado del contador para dar la voz de alarma cuando se vuelve loco de tanto consumo.
Ahora que la paella empieza a acumular ingredientes, aunque para hervir faltará algo de voluntad política aderezada con un puñado de normas para funcionar, no estaría de más, si hay que empezar desde cero una “aventura eléctrica”, hacer un placaje al actual recibo, que nadie entiende, que nadie quiere y que dejará de tener sentido salvo para hacerle un monumento a quien haya sido capaz de interpretarlo alguna vez.
Ojalá llegue pronto un colectivo brindis al sol.